Es la palabra perfecta.
Si le añades fuerza, es poderosa: «Nunca rendido».
Si le añades realismo, es la verdad: «Nunca todo, nunca nada».
Si le añades miedo, es terrible: «Nunca él, nunca ella».
Y si le das la oportunidad de penetrar en tu conciencia y la repites continuamente, se convertirá en una irreprimible energía interna: «Nunca, nunca, nunca, nunca…»